Jacob
Serbando rastreó durante años los diarios de su ciudad buscando
erratas que airear y consiguió una cierta fama de sabueso, llegando
a ser una pesadilla para los plumillas de la prensa a los que
flagelaba sacando a la luz en un artículo mensual los gazapos cometidos. Los periodistas alcanzaron la paz el día que falleció y el
encargado de la linotipia pasó factura en la propia esquela que
despedía al personaje con una errata que jamás pudo llegar a
descubrir el finado.
Donde debía decir descanse en paz se deslizaba, como sin querer, un contundente descanso en paz.
Donde debía decir descanse en paz se deslizaba, como sin querer, un contundente descanso en paz.
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