El forense acudió a la
morgue del hospital a realizar dos informes, un asesinato y un
suicidio que guardaban relación. Se trataba de un caso en el que un
varón arrojó por la ventana de un séptimo piso a su mujer y luego
el mismo se suicidó haciendo el mismo trayecto. Este tipo de casos
le daban al forense mucho coraje y trató de centrarse en los datos
técnicos para no tener que hacer preguntas y reproches en voz alta a
los dos cadáveres que tenía en sus manos.
Fue redactando el informe
con las observaciones que hizo y acabó pronto, porque las evidencias
del caso eran muchas y claras.
-¿Que le habrá pasado por la cabeza a este hombre para llegar a este extremo? -pensó.
-¿Que le habrá pasado por la cabeza a este hombre para llegar a este extremo? -pensó.
-No le ha pasado nada
-respondió su otro yo-. No le ha pasado por la cabeza ni una sola de
las ideas de la modernidad. Seguro que tenía amueblado el cerebro
con la mentalidad del siglo pasado y no había ni el mínimo
resquicio para la sociedad del S. XXI.
El forense se mantuvo en
silencio. Y un rubor le recorrió la frente, pues él era un hombre
de entre siglos y aún mantenía algo o mucho, no sabía decirlo, de
la vieja herencia. Él siempre se sentía un poco culpable en estos
casos, por el simple hecho de ser hombre.
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