10 ago 2015

Amores póstumos

Juan de Dios de Montebite era un hombre pegado a un cigarro, tanto que eran escasos los momentos en los que se le podía ver el rostro sin el obstáculo del humo. Su dentadura poseía dos colores, el amarillo oscuro para los incisivos y más o menos blancos para los caninos, premolares y molares. Y ¿qué decir de sus dedos? El índice y corazón parecían embalsamados en potingues propios de muertos. Tal fue su idilio con el tabaco, y otras sustancias compatibles, que falleció, según dijo la autoridad sanitaria, por colapso pulmonar inducido por él mismo. En su cuerpo se creó una complicidad tal que en la tumba donde su cadáver reposa crece de forma espontánea una planta de marihuana que no hay forma de erradicar. El enterrador asegura que él no tiene nada que ver y la policía admite, ya por fin, que allí ocurre algo paranormal. 
Y es que hay adicciones, amores al fin y al cabo, que duran hasta después de la muerte.
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