En
la entrada de la universidad Edgar Hurtando encontró una sudadera
gris en un banco de paso. La tomó en sus manos y quiso entregarla en
la conserjería. No había nadie. Entró a clase con ella y para
evitar molestias la introdujo en su mochila. El caso es que se olvidó
y llegó a casa con ella. Allí tuvo tiempo de observarla. Era de su
talla y tenía un dispositivo en la parte posterior del cuello que
desprendía una luz roja intermitente y un rótulo que decía Segway.
Esto le hizo pensar que pertenecía a alguien que se desplazaba esos
vehículos de dos ruedas paralelas que hacen ir al usuario de pie y
en perfecto equilibrio.
Pero
este no fue el único pensamiento. ¿Me lo quedo?, se dijo también.
Tuvo una leve pelea interior con su conciencia que le acusó
claramente de ladrón. Como argumentos a favor del latrocinio pensó
que era una prenda de vestir sin mucho valor, que su dueño, sin
duda, poseía otras muchas más, que, aunque no necesitaba, a él le
vendría bien, que sería fácil usarla en ambientes alejados de la
universidad y así pasar desapercibido, que...
Por
contra, sintió dudas sobre su decisión pensando que al ser una
prenda tan especial alguien pudiera un día localizarle y acusarlo de
ladrón, que era difícil pasar desapercibido con ella y que, por
eso, podría ser descubierto algún día... En fin, que aquella noche
durmió preocupado con estos escrúpulos y disquisiciones.
Al
día siguiente se levantó con una decisión firme. Entregó en la
conserjería de la facultad de Derecho la sudadera gris con
dispositivo luminoso en la parte posterior del cuello y el rótulo
que decía Segway.
Le
vino a la cabeza, ya de madrugada, que además del artilugio óptico,
aquella sudadera tan adelantada a los tiempos también podría tener
incorporado un GPS de seguimiento y que él, Edgar Hurtando, no podía
permitirse la vergüenza de ser descubierto como ladrón. Así en
aquel sencillo acto de entregar la prenda se liberó de un gran peso.
-La
encontré ayer en un banco próximo -le explicó al empleado.
-Gracias
por participar en el experimento de la Facultad de Sociología, señor
-le informó-. Están estudiando...
-Tengo
prisa -dijo-. Edgar Hurtando ya no quiso oír más.
Dio media vuelta
y desapareció, no sin antes escuchar cómo su conciencia le
recriminaba que fuera honrado más por miedo que por convicción.
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