12 ago 2015

Remordimientos

En la entrada de la universidad Edgar Hurtando encontró una sudadera gris en un banco de paso. La tomó en sus manos y quiso entregarla en la conserjería. No había nadie. Entró a clase con ella y para evitar molestias la introdujo en su mochila. El caso es que se olvidó y llegó a casa con ella. Allí tuvo tiempo de observarla. Era de su talla y tenía un dispositivo en la parte posterior del cuello que desprendía una luz roja intermitente y un rótulo que decía Segway. Esto le hizo pensar que pertenecía a alguien que se desplazaba esos vehículos de dos ruedas paralelas que hacen ir al usuario de pie y en perfecto equilibrio.
Pero este no fue el único pensamiento. ¿Me lo quedo?, se dijo también. Tuvo una leve pelea interior con su conciencia que le acusó claramente de ladrón. Como argumentos a favor del latrocinio pensó que era una prenda de vestir sin mucho valor, que su dueño, sin duda, poseía otras muchas más, que, aunque no necesitaba, a él le vendría bien, que sería fácil usarla en ambientes alejados de la universidad y así pasar desapercibido, que...
Por contra, sintió dudas sobre su decisión pensando que al ser una prenda tan especial alguien pudiera un día localizarle y acusarlo de ladrón, que era difícil pasar desapercibido con ella y que, por eso, podría ser descubierto algún día... En fin, que aquella noche durmió preocupado con estos escrúpulos y disquisiciones.
Al día siguiente se levantó con una decisión firme. Entregó en la conserjería de la facultad de Derecho la sudadera gris con dispositivo luminoso en la parte posterior del cuello y el rótulo que decía Segway. Le vino a la cabeza, ya de madrugada, que además del artilugio óptico, aquella sudadera tan adelantada a los tiempos también podría tener incorporado un GPS de seguimiento y que él, Edgar Hurtando, no podía permitirse la vergüenza de ser descubierto como ladrón. Así en aquel sencillo acto de entregar la prenda se liberó de un gran peso.
-La encontré ayer en un banco próximo -le explicó al empleado.
-Gracias por participar en el experimento de la Facultad de Sociología, señor -le informó-. Están estudiando...
-Tengo prisa -dijo-. Edgar Hurtando ya no quiso oír más. 
Dio media vuelta y desapareció, no sin antes escuchar cómo su conciencia le recriminaba que fuera honrado más por miedo que por convicción.
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