Era
un fideo olvidado en un plato de sopa que acababa de consumir doña
Eulalia. Solitario y escuálido se mantenía en la pared vertical del
plato, medio camuflado tras la cuchara y a la espera de pasar por el
fregadero.
-Pareces
rica -le recriminó el esposo, don Manolito-. ¿No puedes comerte el
fideo? Los tiempos no están para derrochar.
-Ayer
dejaste tú un garbanzo en el plato -contraatacó ella visiblemente
ofendida.
-Estaba
negro -se defendió él.
-Alimentaba
lo mismo.
-Por
eso te lo dejé a ti.
-Contigo
no se puede hablar.
-Tú
lo has dicho.
Y
se hizo un silencio prolongado que aprovechó el fideo para llorar un
poco. Acababa de llegar del Banco de Alimentos con pretensión de
hacer el bien a aquellos ancianos y se veía en medio de una pelea
doméstica en la que no podía mediar. Con la última lágrima se
escurrió por la pared de plato y se acabó escondiendo
definitivamente tras la cuchara. Se sentía un entrometido y estaba
avergonzado por
no poder cumplir del todo el compromiso humanitario que le habían
encomendado.
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