Aquella
mañana los amigos estaban enfrascados en una seria discusión, en la
que no cejaban de argumentar.
-Entre
los caracoles existe una diferencia similar a la que se da entre los
humanos, oséase, que algunos han recibido educación y otros no, por lo que
los primeros se defienden mejor en la vida y los segundos meten más
a menudo los cuernos donde no deben.
-¿Qué tiene que ver eso con el caracol que trepa por la farola de enfrente? -preguntaba el tío Machuca.
-¿Qué tiene que ver eso con el caracol que trepa por la farola de enfrente? -preguntaba el tío Machuca.
-Pues
que si hubiera tenido formación habría seleccionado mejor el camino -le argumentó-, porque dime tú qué materia vegetal va a
encontrar ahí arriba.
-Pero si
se guía por el instinto -le replicó-. ¿Qué demontres de formación
va a tener?
Era
cierto que al abuelo Simón le gustaban las discusiones bizantinas y
los laberintos argumentales, pero en aquella ocasión quería zanjar
la cuestión bien pronto.
-Seguro
que su papá caracol y su mamá caracola no le explicaron que así va
a acabar cocinado en una cazuela -afirmó rotundo-. Estuvo atento en
la clase de superficies de deslizamiento fácil y no puso la antena
en la lección de camuflajes o de búsqueda de viandas.
-No
jodas que ahora sabes de caracoles -se burló el amigo.
-Ya
sabes que a los viejos nos llega la sabiduría cuando ya no la
necesitamos...
-Eso,
¿quién lo dijo antes que tú?
-Gabriel
García Márquez.
-¡Ah!
Ese sí que era listo.
-Más
que ese caracol de enfrente.
Y ambos
se quedaron mirando al caracol que, no sabemos si por instinto,
educación o empatía con los dos amigos, dio la vuelta tratando de
elegir una vía más prometedora.
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