20 jul 2015

Estrategias de viejo fumador

De niño contemplé muchas veces cómo el abuelo sacaba su tabaco de cuarterón y liaba un cigarro con sus rudas manos de campesino; luego yo contemplaba absorto cómo la ceniza se mantenía inverosímilmente unida al cigarro hasta caer siempre fuera del balde en el que ordeñaba sus vacas. Yo era el nieto mayor y, por méritos naturales, llegué a ser su cómplice en el vicio de fumar. Me sabía todos los escondrijos donde ocultaba el tabaco de liar y disimulaba ante la implacable abuela que luchaba por sacarlo del vicio.
Con la edad hizo un pacto con su esposa querida y pasó a fumar diariamente un farias, el puro más popular de la época. Y para no hacer eternas las mañanas o las tardes, hizo siempre dos mitades de cada cigarro puro que distribuía al gusto. Tan al gusto que cuando su tenaz mujer le sorprendía fumando, siempre aseguraba que era la primera mitad de cada puro diario. A saber cuántos puros ultimaba cada día, que mi mente infantil e inocente no era capaz de contarlos. 
Además, sospecho que mi abuelo nunca quiso enseñarme aritmética en serio.
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