El
panteón familiar de los Siemprevivas Gámez quedó destrozado, justo
el día en el que su viuda visitaba la tumba del difunto. Ésta
falleció, porque una mano de un cristo, desprendido de la cruz del
panteón, le perforó el cráneo. La encontraron tendida sobre los
huesos del marqués, oculta bajo una lápida que tenía bien grabada
la sentencia “descanse en
paz”. El forense no tuvo
dudas sobre lo ocurrido y dejó escrito un informe que decía:
El
ataúd del señor Siemprevivas Gámez era de madera de fresno joven
que brotó espontáneamente en ramas abundantes, éstas han empujado
la estructura hasta provocar su caída. La causa determinante de este
hecho es el riego de las flores ornamentales que rodeaban la
estructura y, en este caso, la muerte es imputable al empleado
municipal que es quien regaba habitualmente las plantas. Dejo en
manos del juez establecer a quien corresponde la culpa de este caso,
si al enterrador que regaba en demasía, al fabricante de ataúdes
que utilizó una madera de fresno aún verde o al escultor del cristo
que que hizo una mano como un puñal.
El juez
sobreseyó el caso, pero acabó encerrado en un manicomio. Cuentan
que pasaba muchas horas tratando de resolver el dilema planteado por
el pérfido forense, mirando fijamente a una carpeta que no se atrevía
a abrir y en la que estaba escrito un título escueto que lo tenía a
mal traer. "Caso Siemprevivas Gámez", rezaba el rótulo.
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