Siempre
me ha chocado volver a los lugares de mi infancia y comprobar que
todo era más pequeño de lo que me parecía entonces.
-La
portería donde metí aquel impresionante gol -pensaba con todo
detalle-, era solo una puerta de garaje diminuta. Además
-continuaba-, la escuela, que me parecía tan lejana, estaba a 200
metros de casa...
Y
llegaba a la conclusión de que son las circunstancias de cada cual
las que agrandan o empequeñecen las cosas.
Este
pensamiento me vino de nuevo a la mente cuando mi cabeza acabó de
tomar un color definitivamente plateado y mis pensamientos un sesgo
demasiado realista.
-He
vivido mucho ya, no me importaría morir -pensaba para mis adentros,
harto de las penalidades y sinsabores de los años.
El
problema era que a esa edad ya había cogido la costumbre de pensar
en voz alta y no salí indemne de mi arriesgada propuesta.
-¿Estás
atontado, viejo chocho? -me reprochó mi mujer que absorbía un zumo
de una botella ayudándose de una pajilla.
-Sí
-le contesté sin dudarlo-, completamente chocho.
Y
yo alargué la mano para evitar que vertiera el líquido que tomaba y
ella, dominando el temblor de sus manos, hizo un esfuerzo por
acariciarme.
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