Un
día más, los dos amigos estaban platicando bajo el árbol de las
confidencias. El tío Machuca tenía el periódico entre manos.
-Que
dice que hay nombres en peligro de extinción, porque
nadie ya se los pone a los hijos.
-¿Como
cuáles? -se interesó el abuelo Simón.
-Urraca,
Canuta,
Prepedigna y Afrodisia entre las mujeres -leyó el amigo-, y entre
hombres
Frumencio, Ángeles, Progreso, Ursicio y Eusiquio.
-Y
eso ¿cómo lo saben?
-Hay
gente con tiempo para todo -protestó el abuelo Simón.
-A
mí siempre me ha llamado la atención el nombre de Zenón y aquí ni
lo citan.
-Pues
es fácil de encontrar el origen...
-¿?
-¿No
hicieron santo a un ladrón que acompañaba a Jesucristo en el
calvario?
-Sí,
Dimas era su nombre.
-San
Dimas, en efecto -corroboró el abuelo Simón que acabó de dar la
explicación completa con una cara de seriedad que invitaba a la
credulidad-. Zenón, san Zenón para ser más exactos, fue el
camarero de la Última Cena.
Al
desconcierto inicial del tío Machuca le siguió la estruendosa
carcajada del abuelo Simón.
-Te
tenían que haber puesto a ti por lo menos Próculo,
Teolindo o Teotimo...
-Yo,
prefiero Próculo, ¿te imaginas?
-Es
lo que más te pega.
Y
ambos rieron durante un buen rato, bajo la sombra acogedora de aquel
árbol que ya era parte de sus vidas.
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