Rompió
a llorar delante de sus compañeras de trabajo y no tuvo más remedio
que confesar su inquietud.
-Mi hija
anda con zapatos rotos, no puedo comprarle unos nuevos.
Sus
colegas acabaron pronto de enterarse de su dramática situación.
-Alquilo
mi piso para poder pagar la hipoteca y nos vamos a casa de los
suegros, a una buhardilla en la periferia. Corremos peligro de
embargo.
Brotaron
lágrimas compasivas y de inmediato se formó una caravana solidaria
hacia la zapatería más cercana. Aquel día una niña recibió un
regalo gracias a la solidaridad de gente con más corazón que
dinero. También sellaron un pacto.
-Aquí
se cuentan todas las penas -le dijeron-. Son más fáciles de llevar
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