20 abr 2015

Tics peligrosos

El sargento Reñones se reúne con los agentes de las patrullas urbanas que van a salir a recorrer las calles.
-Dejen aquí sus teléfonos móviles, ya les vale la radio que llevan en el hombro para comunicarse con la base -les argumenta-, que no quiero más casos como el de González.
Los presentes se ríen y el citado mira al suelo avergonzado.
-Explique qué pasó ayer.
-Yo, es que, yo... -vacila el aludido que, de repente toma aliento-, ...que me llevé la pistola a la oreja confundiéndola con el móvil.
-Pues se están riendo de nosotros hasta en Pekin -se queja el sargento que añade a continuación-. Queda arrestado en la base. Le diré su cometido. Los demás salgan a patrullar siguiendo las instrucciones.
Los “demás” no dejan de reírse del incidente del día anterior, cuando el González acudió a mediar a un convento donde un feligrés trastornado no paraba de cantar pasajes de la Traviata interrumpiendo el canto gregoriano de las monjas del coro. Quiso informar a su compañero por móvil y se llevó la pistola a la sien en un acto inequívoco de suicidio en grado de tentativa. Una monja se abalanzó sobre él y quedó reducido entre un mar de hábitos. Le costó aclarar el incidente y acabó en el refectorio tomando chocolate y pastas con las monjitas al completo que no dudaron en acompañarlo a la comisaría rezando el rosario por el camino. Del feligrés gamberro no se supo más.
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