2 mar 2015

Los ona, pueblo perdedor

Entró en la cabaña y como si de un nuevo rito se tratara apretó el interruptor. De inmediato todo se iluminó y quedó a la vista lo que había en la estancia. Kupén Namentará sonrió satisfecho. Era el primer Namentatará de la historia que alumbraba su cabaña como lo hacía los gringos. Se volvió hacia atrás e hizo pasar a todos sus acompañantes que, con la boca abierta y mudos de sorpresa, no dejaban de mirar a la bombilla. En un momento recobró el protagonismo Kupén.
-Miren mi mano y verán qué poder tiene.
Giró la llave de la luz y se hizo la oscuridad, para de inmediato invertir el movimiento e iluminar de nuevo la estancia. Uno a uno pasaron todos los visitantes a probar el artilugio, quedando maravillados. Y ponderaron mucho aquel adelanto que, decían, alargaría los días del largo invierno.
-¿Cómo lo has conseguido? -le preguntó un anciano.
-Es un regalo del señor Brown -les explicó a todos-, a cambio de que pasten sus rebaños en las orillas del Beagle.
-Se llama Onashaga, el canal de los onas -le replicó el anciano, celoso del saber ancestral.
Se hizo un silencio espeso e incómodo que rompieron los más jóvenes.
-Pronto llenarán los pastos de alambradas.
-Y nos prohibirán cazar.
-Tendremos que buscar otros territorios.
Un cuarto ona allí presente no habló con palabras, sino con hechos. Dio un manotazo a la bombilla y se hizo la oscuridad, levemente rota por la débil luz del ocaso. Nadie se sintió incómodo, ni el mismo Kupén Namentará que comprendió que la bombilla del señor Brown estaba lejos de ser un progreso para los onas, más bien todo lo contrario.
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