Entró en la cabaña y como si de un
nuevo rito se tratara apretó el interruptor. De inmediato todo se
iluminó y quedó a la vista lo que había en la estancia. Kupén
Namentará sonrió satisfecho. Era el primer Namentatará de la
historia que alumbraba su cabaña como lo hacía los gringos. Se
volvió hacia atrás e hizo pasar a todos sus acompañantes que, con
la boca abierta y mudos de sorpresa, no dejaban de mirar a la
bombilla. En un momento recobró el protagonismo Kupén.
-Miren mi mano y verán qué poder
tiene.
Giró la llave de la luz y se hizo
la oscuridad, para de inmediato invertir el movimiento e iluminar de
nuevo la estancia. Uno a uno pasaron todos los visitantes a probar el
artilugio, quedando maravillados. Y ponderaron mucho aquel adelanto
que, decían, alargaría los días del largo invierno.
-¿Cómo lo has conseguido? -le
preguntó un anciano.
-Es
un regalo del señor Brown -les explicó a todos-, a cambio de que
pasten sus rebaños en las orillas del Beagle.
-Se
llama Onashaga,
el canal
de los onas
-le replicó el anciano, celoso del saber ancestral.
Se hizo un silencio espeso e
incómodo que rompieron los más jóvenes.
-Pronto llenarán los pastos de
alambradas.
-Y nos prohibirán cazar.
-Tendremos que buscar otros
territorios.
Un cuarto ona allí presente no
habló con palabras, sino con hechos. Dio un manotazo a la bombilla y
se hizo la oscuridad, levemente rota por la débil luz del ocaso.
Nadie se sintió incómodo, ni el mismo Kupén Namentará que
comprendió que la bombilla del señor Brown estaba lejos de ser un
progreso para los onas, más bien todo lo contrario.
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