Se casó con una mujer que él
eligió, siguiendo los impulsos de su corazón, pero al poco empezó
a notar en ella una preocupante relación con el alcohol que, con el
tiempo llegó a ser alarmante.
Acuciado por el problema trató de
buscar consejo. Y de primeras acudió a casa de la madre de ella para
ver el modo de enderezar la situación. Llamó a la puerta y tras un
buen rato le abrió una mujer de cabellos desordenados, y a todas
luces ebria, que a duras penas mantenía un orden mínimo en la casa.
Descorazonado salió a la calle y contó sus penas al primero que
encontró, un viejecito del barrio que reposaba a la sombra de un
árbol. Tras escuchar sus cuitas en silencio, el anciano zanjó el
tema con una sentencia que descompuso aún más a nuestro amigo y
le dejó sin palabras.
-Ninguna cabra ha parido cordero.
Y se marchó desconsolado, hasta
hoy.
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