9 mar 2015

Tomasín

Era un borracho simpático que frecuentaba las tabernas del lugar, siguiendo un orden riguroso y ordenado que hizo que contara con el aprecio y comprensión de muchos parroquianos y taberneros. Pero llegó el día en el que tuvo que enfrentarse a la realidad haciendo frente a su tremenda dependencia y acudió a la nunca bien ponderada Asociación de Alcohólicos Anónimos, donde encontró apoyo, fuerzas y razones para sobrevivir a su adicción notoria. Pero no dejó de visitar a sus mejores amigos, los taberneros con los que compartía miles de confidencias.

-Jesus Mari -le contaba a uno de sus mejores cómplices-, que yo soy borracho de vocación es sabido por todo el mundo, ¿no?
-Bueno -le replicaba su amigo tras la barra del bar, mientras le servía un refresco de limón que le había costado encontrar en los estantes.
-Pues menuda sorpresa en la primera reunión -le explicaba levantando el dedo índice al modo en que Cicerón lo hacía en el foro romano-. Allí estaban los que menos te podías esperar...
-¿?
--Mi vecino del 5º, el sacristán, el director jubilado del banco, aquel calvo que aporreaba el tambor en las procesiones de Semana Santa, el monitor del polideportivo, el estanquero...
-Bueno, bueno, que tienes que ser discreto como en el secreto de confesión -le cortó Jesús Mari, preocupado por lo que parecía ya una nueva plaga bíblica.
-Parece que son clientes tuyos...
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