Era un borracho simpático que
frecuentaba las tabernas del lugar, siguiendo un orden riguroso y
ordenado que hizo que contara con el aprecio y comprensión de muchos
parroquianos y taberneros. Pero llegó el día en el que tuvo que
enfrentarse a la realidad haciendo frente a su tremenda dependencia
y acudió a la nunca bien ponderada Asociación de Alcohólicos
Anónimos, donde encontró apoyo, fuerzas y razones para sobrevivir a
su adicción notoria. Pero no dejó de visitar a sus mejores amigos,
los taberneros con los que compartía miles de confidencias.
-Jesus Mari -le contaba a uno de sus
mejores cómplices-, que yo soy borracho de vocación es sabido por
todo el mundo, ¿no?
-Bueno -le replicaba su amigo tras
la barra del bar, mientras le servía un refresco de limón que le
había costado encontrar en los estantes.
-Pues menuda sorpresa en la primera
reunión -le explicaba levantando el dedo índice al modo en que
Cicerón lo hacía en el foro romano-. Allí estaban los que menos te
podías esperar...
-¿?
--Mi vecino del 5º, el sacristán,
el director jubilado del banco, aquel calvo que aporreaba el tambor
en las procesiones de Semana Santa, el monitor del polideportivo, el
estanquero...
-Bueno, bueno, que tienes que ser
discreto como en el secreto de confesión -le cortó Jesús Mari,
preocupado por lo que parecía ya una nueva plaga bíblica.
-Parece que son clientes tuyos...
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