Encargaron a una empresa seria el
derribo de unos pinos, crecidos entre el instituto y la carretera, que
amenazaban peligrosamente a los tejados y a los vehículos.
Aparecieron dos operarios, uno orondo y grandote y el otro menudo y
ágil. Éste ascendía por los árboles como si fuera una ardilla y
amarraba las copas con un largo cordel. El otro extremo se lo
enrollaba en la cintura el operario forzudo que tiraba con entusiasmo
mientras el otro pasaba la motosierra a mitad del tronco. El
resultado era que el árbol caía siempre en el lugar que los dos
hombres elegían. Así, en un santiamén y con eficacia, hicieron
desaparecer una docena de árboles que cargaron en un camión.
Mi amigo Jesús Mari siguió todo el
operativo con la boca abierta, admirando la pericia del uno y del
otro y el modo en el que ambos aprovechaban sus posibilidades. A su
lado el director del Instituto de Buenas Prácticas Laborales del
Gobierno temblaba.
-Si nos pilla la Inspección de
Seguridad Laboral, nos hunde -protestaba-. No me vuelvas a organizar
una de éstas.
-Anda, peca de una vez a gusto -le
contestaba con sorna mi amigo Jesús Mari.
-Claro, eso me lo dices ahora que
han acabado -sentenciaba el aliviado director.
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