Los
muchos golpes de la vida y la maldita soledad llevaron a aquella
mujer a la depresión y tuvo que probar muchos remedios para no
sucumbir en aquel infierno. Su mayor consuelo fue un caniche que le
hizo compañía, le dio consuelo y hasta conversación.
Tanta fue su relación que el can quedó contagiado del mismo mal y resultaba insufrible escuchar sus aullidos durante las inevitables, y generalmente breves, ausencias de su dueña. Al final, y tras pasar la respectiva consulta con el psiquiatra y el veterinario, ambos acabaron tomando la misma medicación. Y los vecinos descansaron por fin.
Tanta fue su relación que el can quedó contagiado del mismo mal y resultaba insufrible escuchar sus aullidos durante las inevitables, y generalmente breves, ausencias de su dueña. Al final, y tras pasar la respectiva consulta con el psiquiatra y el veterinario, ambos acabaron tomando la misma medicación. Y los vecinos descansaron por fin.
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