23 feb 2015

Conversaciones de última hora

Juan era agnóstico. Nunca aceptó las grandes verdades que servían para explicar el mundo, pero no dejaba de buscar respuestas. Así todos los días de su existencia. En el lecho de muerte, se le acercó un sacerdote tratando de llevarle consuelo y de abrirle las puertas del cielo.
-No pierda el tiempo -dijo el moribundo con voz queda-. Acepto su consuelo. Pero no gaste energías, que pronto me convertiré en pura materia inerte.
-Dios le puede abrir las puertas del paraíso en el momento postrero -le advirtió el cura.
-Para nada, no soy creyente -le replicó-. No quiero nada de quien no existe.
-Es una pena morir sin esperanza.
-No se preocupe, que me muero muy tranquilo y en paz -le explicó-, que he sido cristiano toda la vida.
-¿?
-Jesucristo fue un hombre admirable del que he estado cerca-. Y le explicó-. Siempre me he alejado de sus seguidores. Y diciendo esto exhaló el último suspiro. Plácidamente.
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