16 feb 2015

Metamorfosis frustrada

Harto de ser mal visto y peor mirado, quiso dejar ser burro y convertirse en humano. Plegó sus orejas, escondió el rabo, dejó de dar brincos, atipló su rebuzno, arregló sus crines, peinó flequillo y se colocó una visera juvenil. De esta guisa se presentó al equipo de fútbol local, porque era ahí donde creyó poder ganar prestigio con mayor rapidez. Al poco le vistieron de pantalón corto en las patas traseras, camisola en el lomo y patas delanteras y lo sacaron a la cancha con la misión de hacerse fuerte en el centro del campo e impedir el paso del balón. Pero cumplió a duras penas su misión, pues no pudo dejar de dar mordisquitos al verde césped y más de una vez se colaron los rivales con facilidad. Pero en el momento que acabó con el pasto de su zona se convirtió en un as del balompié. Golpeaba el balón con fuerza, imposibilitaba el paso del rival, ganaba todas las disputas en el cuerpo a cuerpo y hasta conseguía intimidar al árbitro que no le llevaba la contraria en ningún momento. Lo bueno fue cuando metió gol. Sus compañeros se le echaron encima para celebrarlo y dejó una estampa memorable, diez hombres hechos y derechos montados en un burro que se movía por la cancha como una sección victoriosa de la caballería de Napoleón. Él sonreía pletórico, convencido de que los humanos ya lo tomaban por uno de los suyos. Y tanta fue su satisfacción que soltó un rebuzno antológico que hizo que el mundo se detuviera en un instante.
El árbitro se tragó el silbato, huyeron despavoridos los futbolistas y auxiliares, se vació el estadio y el burro se quedó en soledad, rumiando su triste destino. Asumió lentamente que no era más que un asno y abandonó el sueño de ser humano. Se refugió en un córner, donde aún abundaba la hierba, y pastó a sus anchas, con las orejas tiesas, el rabo juguetón y su asnal entendimiento de la realidad. Feliz.
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