Aquel
hombre nunca llevó bien que alguien le llevara la contraria y era
famoso por la lenta digestión de sus frustraciones. Había
simplificado tanto su pensamiento que convertía a cualquier persona
discrepante en su enemigo y, si por él fuera, en más de una ocasión
hubiera acabado retando a duelo a sus oponentes. Sus enemistades eran
tan numerosas que no se hablaba con la mitad del mundo, a la otra
mitad no la conocía, y era imposible averiguar la razón de tanta
inquina.
-Conviertes
a tus adversarios en enemigos -le había dicho uno de sus, por
supuesto, odiados maestros-. Sufrirás mucho en esta vida.
Vivió
siempre como un perro solitario, lejos de la manada. Bueno, más bien
como un perro rabioso que daba dentelladas quien se le acercaba y que
acabó encontrando la paz eterna solo en la tumba. Tumba en la que
nadie se molestó en poner epitafio. El cuidador del cementerio
sostiene aún que muchas noches se oyen unos extraños gemidos,
ladridos o aullidos que parecen proceder de tal lugar.
_____ o _____