5 ene 2015

Tranvía de Lisboa

La campana sonó con insistencia. Todos los pasajeros miraron automáticamente al frente para descubrir quién interrumpía la marcha, pero no vieron obstáculo alguno y se desconcertaron. La viajera habitual, que iba tras el conductor, sonrió con conocimiento de causa. Ella ya sabía que todos los días al pasar por aquel preciso lugar el conductor levantaba disimuladamente la mano y que en la ventana del primer piso aparecía una joven mujer sonriente que devolvía el saludo. Aquel día el ritual fue distinto y apareció la campana.
-Ayer se comprometieron, seguro -pensó. Y levantando la mano le tocó levemente el hombro al conductor.
-Pronto boda, ¿no? -le dijo.
Y con una sonrisa que era la viva imagen de la felicidad, el hombre asintió con la cabeza. La pasajera habitual le dio una palmadita llena de complicidad.
El resto de pasajeros, mientras tanto, seguía sin captar nada, mirando por las ventanillas a ver quién era el causante del alboroto.
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