El día que leyó su
primer cuento en un blog se sintió feliz.
Por fin publicaba algo,
por fin se sentía escritor. Leyó con detención su propio texto
varias veces y llegó a la conclusión de que era perfecto,
interesante, con estilo y original. Cerró el blog una infinidad de
veces y lo volvió a abrir pensando que aquello era un sueño y en
todas las ocasiones lo volvió a encontrar allí, quieto y dócil,
para que cualquier lector lo disfrutara. Al final del día el editor
le llamó.
-Ha tenido buena
acogida, Juan- le explicó- En el primer día tu texto ha tenido
ochenta y dos entradas, parece que interesa. Tendrás que escribir
más -le propuso.
Dijo que sí y de
inmediato le entró un ataque de ansiedad dudando de si sería capaz.
A la vez sintió una inquietud que se fue agrandándo en su mente como
lo hace un alud que desciende por una ladera y destruye lo que
encuentra a su paso.
-Más o menos habré
entrado yo mismo unas ochenta y dos veces en el blog -se sinceró.
Y ya de seguido se dejó
caer en el profundo abismo de la depresión pensando en el folio en
blanco que le aguardaba..
-Ser escritor es lo más
cruel del mundo -se dijo descorazonado.
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