En la calle de doña Mercedes han
abierto un local de copas muy ruidoso. El establecimiento cumple
todos los requisitos legales, pero algunos clientes no cumplen ni
siquiera los de sentido común. Doña Mercedes, insomne muchas noches
y oportunamente sorda, se lo toma con parsimonia.
-Las noche son más entretenidas de
lo que esperaba -comenta a su cuidadora.
-Estos locales after hours son un
incordio para el vecindario.
-Qué raro hablas -le corrige doña
Mercedes, que adorna la frase con un colofón que deja estupefacta a
su acompañante-. En mi época eran puticlubs, a secas...
-Señora, que solo son gamberros y
maleducados... -argumenta con lógica la más joven.
-Y pronto delincuentes -razona
implacablemente la anciana que no pierde ojo a una patrulla de la
policía urbana que interroga a un joven ebrio que no deja de hacer
equilibrios imposibles mientras farfulla palabras incoherentes.
-Soy su madre y le zurzo el culo a
golpes de zapatilla.
-Por dios, señora.
-¡Hum!
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