26 ene 2015

La verdad que esconden las sombras

Abelardo Casagrande, llevaba sobre sus espaldas un apellido de mucho peso, pues era hijo de un marqués, algo que le hacía presumir de un estatus que no era paralelo ni a su fortuna ni a su inteligencia. Pero la verdadera realidad quedó desnuda el día que en medio de la plaza del pueblo contempló su sombra y, para su desconsuelo, comprobó que no era más llamativa que las de otros mortales, pues apenas daba información de su preeminencia y distinción, por lo que decidió protestar al mismo sol en persona. Así que giró su cuerpo serrano y enfrentó su mirada con el astro rey, que tardó mucho menos que el brevísimo suspiro de un poeta enamorado en dejarlo cegato. Y así se atemperaron para siempre las ínfulas de grandeza de Abelardo Casagrande que murió, ciego y triste, cumpliendo al pie de la letra el refrán, que dice ni cuna ni gaitas, todos soplagaitas.
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