Llegó
un día memorable en que la diosa de la Fama se jubiló, no por edad
, sino más bien por cansancio de estar cabalgando a las espaldas de
tal y cual personaje. Desde aquel día en el que todos los hombres y
mujeres empezaron a verse como parecidos, sin más distinción de la
que otorgaba una primera mirada, comenzaron a llenarse las consultas
de los psiquiatras con gentes que sufrían el mal de la
desorientación, la falta de sentido en su vida, la pérdida de
metas, el desconcierto...
-¿A
qué aspiro? No tengo modelos -eran las preguntas y quejas más oídas
entre los pacientes que no encontraban nadie digno de admiración e
imitación.
El
Ministerio del Sentido Común y Miserias Humanas tomó cartas en el
asunto e hizo volver sobre sus pasos a la diosa de la Fama que se
entretuvo en posar su varita mágica sobre ciertos individuos
seleccionados en el rebaño humano al buen tun-tun. Así aparecieron
especímenes de la canción, el deporte, la política, la televisión,
etc., que se postularon como personajes dignos de emulación. De esta
manera las consultas psiquiátricas se vaciaron y el país mantuvo
altas cotas de idiotización y, por ende, de estabilidad. Así hasta
hoy.
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