Ella
camina con energía por la calle, esquivando peatones, sorteando
coches y burlando los semáforos, con la vana pretensión de luchar
contra las manecillas del reloj que cumplen segundo a segundo
inexorablemente con los minutos, las horas y los días, semanas y
meses de rigor.
Ella
realiza tareas que parecen propias de titanes. Duerme con sobresaltos
y en alguno de los momentos que permanece en vela, mira hacia atrás
y observa la estela que deja en su camino. Y una duda enturbia su
mirada, pues apenas deja huella, ya que los ecos de sus pasos no
retumban, ni dejan marca alguna; y, lo que es peor, nadie parece
seguirlos.
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