Un
amigo inquieto me contó una historia de las de no dormir. Es
aficionado a curiosear en la red y de vez en cuando nos acerca a
escenarios inquietantes. Ayer nos habló del papa Inocencio III, un pontífice que por defender a Dios se cebó con los humanos. Este
intrigante personaje, bajo el título de
"Vicario de Cristo", hizo mil
maniobras con las monarquías europeas del momento y consiguió
organizar varias cruzadas de soldados feroces que, henchidos de amor
guerrero y fanatismo religioso, aniquilaron a los enemigos de la
iglesia. Por citar, la IV Cruzada a Tierra Santa en 1202 y la Cruzada
contra los albigenses o cátaros entre 1209 y 1244. De ésta última
mi amigo nos ha hablado con noticias terribles. Decía Inocencio III
que los herejes eran los peores enemigos de la iglesia, pues vivían
escondidos entre los buenos fieles. Para eliminarlos, ordenó
masacrar a cualquiera que infundiera sospechas, ya fuera a sangre o
fuego. A quien le preguntaban cómo distinguir a los herejes de los
buenos cristianos de la Occitania francesa el iluminado de Inocencio
III les dio la solución.
-Matadlos
a todos. Dios reconocerá a los suyos.
Así
pasaron a la otra vida más de un millón de almas del mediodía
francés.
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