Era
una pareja con muchas complicidades, muchos acuerdos tácitos que por
complacencia mantenían desde que se conocieron.
Una
de ellas era jugar a las prendas al anochecer en una partida de cartas. El se esmeraba en vencer para
que ella se desprendiera de su vestimenta, pieza a pieza por cada
juego perdido. El hombre sabía de sobra que ella se dejaba ganar,
quizás por pena, quizás por cariño para ir ambientado los
encuentros posteriores en el dormitorio. La mujer, sin embargo, lo
tenía claro, ella necesitaba que su hombre no perdiera la seguridad
en sí mismo, algo que nunca acabó de lograr, porque el marido
siempre jugaba ayudándose de cartas escondidas. Pero de eso nunca
hablaron.
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