10 dic 2014

Hay cariños que matan

Ella, cajera de supermercado, era muy afable. Salpicaba todas las conversaciones con sus clientes de frase hechas en las que no faltaba nunca un “hola, cariño”, “adiós, mi amor”, “dime, cielo” y otras similares. Tal era su costumbre que, el día en que un perverso malhechor se acercó a desvalijar la caja del establecimiento, ella, la complaciente cajera, aterrorizada hasta el extremo, no pudo evitar despedirse del ladrón que la había encañonado con una pistola y retorcido el brazo, al modo acostumbrado.
-Suerte, mi amor... -dicen que dijo al fugitivo.
El juez, a tenor del testimonio de los allí presentes, no dudó en procesarla por cómplice.
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