Ella,
cajera de supermercado, era muy afable. Salpicaba todas las
conversaciones con sus clientes de frase hechas en las que no faltaba
nunca un “hola, cariño”, “adiós, mi amor”, “dime, cielo”
y otras similares. Tal era su costumbre que, el día en que un
perverso malhechor se acercó a desvalijar la caja del
establecimiento, ella, la complaciente cajera, aterrorizada hasta el
extremo, no pudo evitar despedirse del ladrón que la había
encañonado con una pistola y retorcido el brazo, al modo
acostumbrado.
-Suerte,
mi amor... -dicen que dijo al fugitivo.
El
juez, a tenor del testimonio de los allí presentes, no dudó en
procesarla por cómplice.
_____ o _____