15 dic 2014

El paraguas con vida propia

Soplaba el viento con fuerza y la lluvia arreciaba, de tal manera que los paraguas volaban si no eran asidos con ganas. Don Máximo Devoto, sin embargo, era un hombre que no se amilanaba ante los elementos y, piadoso como era, decidió acudir al último día de la novena de la Virgen del Perpetuo Socorro, armado con un paraguas de robustas varillas y armazón sólido. Lo asió con ambas manos y se cubrió con determinación dispuesto a llegar a su destino. 
Superó con éxito las primeras ráfagas de viento y, cuando menos lo esperaba, salió disparado hacia lo alto, arrastrado por un golpe de aire que lo elevó a las alturas, con tan mala suerte que lo dejó dolorosamente sentado en el tridente de Neptuno que era la estatua pagana que adornaba la plaza del lugar. Allí el paraguas alcanzó su independencia, voló en círculo alrededor de la fuente, se plegó misteriosamente y adoptó la forma de un misil que, fatalmente tomó la dirección exacta hacia el corazón de don Máximo que falleció al instante, quedando su cadáver suspendido en las alturas, como si de un castigo divino se tratara. Aquello dio mucho quehacer a los bomberos y mucho que hablar a las gentes del lugar. Los creyentes redoblaron sus esfuerzos por ser más buenos y los ateos entraron en dudas sobre los irrefutables principios del pensamiento científico. Y algunos cambiaron de bando, porque ¿cómo se explica un dios tan severo y cruel con el bueno de don Máximo Devoto? O ¿cómo las leyes naturales se dejan de cumplir de modo tan absurdo? Hubo incluso algunos que se iniciaron en creencias paranormales. Y todo por un paraguas que incumplió la lógica de las fuerzas naturales y la piedad de las divinas.
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