17 dic 2014

Ciego vocacional

Ovidio Miró había sido de siempre un cegato que se movía por el mundo con torpeza. Sabía de sobra que en algunas ocasiones debía acomodarse bien las gafas para poder ver lo que había delante de sus narices, pero en otras muchas ocasiones, en muchísimas si él fuera sincero, ponía poco empeño en enterarse de lo que había o sucedía a su alrededor. De esta guisa, entre sombras y claroscuros, se organizaba la vida nuestro hombre. Y es así como le ocurrió un buen día que aterrizó en una zona nudista en la que un grupo de diletantes refrescaba su piel y carnes al aire libre con la mayor naturalidad de la que eran capaces, y nuestro buen hombre se desenvolvió con aún mayor aplomo que ellos en aquel tumulto de carnes y sonrisas frescas. Al acabar el episodio no faltó quien sentenciara.
-Este es un hombre cabal que acepta con naturalidad el nudismo.
El comentario de su mujer fue directo y claro.
-Al pobre ya no le falta nada para ser ciego.
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