Cuentan
que a finales de S. XIX un gobierno del cono sur americano quiso colonizar
las tierras extremas como fuera, y su presidente no ideó mejor
solución que ubicar un presidio allá por el fin del mundo. Los
individuos de peor catadura y no mejor condición, así como más de
un bendito inocente, cayeron por aquellas tierras en las que la
supervivencia era un reto, no solo por la naturaleza severa del
entorno, sino también por la crueldad y codicia de los carceleros.
Las historias que se cuentan son innumerables, pero por su ternura y
desenlace destaca la historia de Pipo, un infeliz presidiario que un
día se dio a la fuga en aquellas tierras inhóspitas y fue
localizado al poco congelado en la ribera de un río que, desde
entonces recibe el nombre de Río Pipo, dicen que en su honor. Aunque
más bien este bautizo parece una estrategia de los carceleros para
remarcar la dificultad de evasión del penal de Ushuaia.
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