Para conciliar el sueño le
sugirieron que contara ovejitas. La inocente niña, cubierta hasta
las ojos con el embozo de la cama, inició el procedimiento
imaginándose unas ovejitas que iban entrando a saltos en el aprisco
de una en una. Finalizado el recuento decidió que ya era hora de
cerrar los ojos, pensando en el confort de las 342 ovejitas en su
refugio.
Pero un temor mantuvo a la niña en vigilia durante toda la
noche. En la puerta no había un cierre fiable y ella era la única
capaz de ahuyentar al lobo. Así que se mantuvo despierta hasta el
amanecer, momento en el que abrió la puerta a aquellos afortunados
animales y los mandó a pastar a la pradera. Y ya fue capaz de quedarse dormida.
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