-Era reputadísimo -aseguró el maestro que tenía un punto de anarquista.
-Por Dios -replicaba don Honorato, el boticario del pueblo-. No haga chistes con cosas tan serias.
-Si le parece, me pongo a llorar pensando en mi abuela que, gracias al conde, tuvo un hijo bastardo que a su vez fue mi padre...
Todos callaron. Era la primera vez que se decía en público algo que todos sabían, pero nadie comentaba.
El maestro se levantó, miró a todos y, antes de darse la vuelta y salir de la sala, les dijo.
-He tenido que esperar hasta el siglo XXI para poder quejarme en voz alta.
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