6 jun 2014

Deuda enquistada

Allá por sus años mozos Inocencio de la Rica prestó 2.000 pesetas de las antiguas a su amigo Plácido de Armengol, que olvidó la deuda la misma noche en la que se produjo.
El confiado amigo esperó ingenuamente un cobro que no se produjo jamás. Tampoco lo reclamó por pura vergüenza, timidez o cobardía.
Han pasado los años y ambos son dos profesionales de una reputación contrastada en lo alto de la judicatura del país y muchos dan por hecho que más que colegas, son incluso amigos.

Pero no es así, pues Inocencio de la Rica mantiene en su memoria la deuda pasada, como un escollo insuperable para establecer lazos de amistad. Es más, nunca en el Consejo del Poder Judicial ha dado su voto para favorecer los ascensos de su colega. Y eso es algo que no entiende Álvaro.
-No sé, no sé -les comenta éste a sus amigos- Parece que como si me tuviera atravesado y no entiendo el porqué... -y añade-. Para ser juez su postura es bastante irracional.
A los oídos del señor juez han llegado alguna vez estos comentarios y ha sentido el viejo placer que produce la venganza, pues sabe que, aún por muchos años más, seguirá cobrando la antigua deuda.

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