-Ahora transcurrirán los días, los meses y años a más velocidad -se decía-, No disfrutaré de los minutos, ni de los segundos, de los pequeños momentos.
Allí mismo solucionó su problema de un modo primario. Asaltó a un anciano que arrastraba sus pies por un camino de tierra roja y le robó su viejo reloj de pulsera. Salió corriendo, por el camino arrojó el suyo a un estanque y se colocó en la muñeca el “nuevo”. Llegó al trabajo más tranquilo, justo cuando el gran reloj digital que marcaba los tiempos en la sala de trabajo señalaba el inicio de la jornada laboral. Giró los ojos hacia su muñeca para acompasar ambos y el corazón le dio un vuelco. En aquella esfera había dos agujas detenidas con una inscripción que rezaba: Ave Caesar, morituri te salutant. Allí mismo sufrió una embolia mortal.
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