14 abr 2014

El día del Juicio final

El día del Juicio Final acudieron todos los mortales al cielo a pasar el filtro de los justos y poder formar parte in aeternum de la Corte Celestial. Como cada cual argumentaba en su provecho, tuviera o no tuviera argumentos, hubo muchos veredictos, apelaciones y recursos que tuvieron que ser resueltos precipitadamente por el Juez Supremo de Todos los Tiempos, es decir, Dios Padre. Dada la cantidad de trabajo, y de aburrimiento, que esto le trajo, puso a trabajar a sus órdenes al mismísimo Salomón, rey de la Jerusalén de los tiempos bíblicos, pero fue despedido de inmediato porque pretendía dictar las sentencias descuartizando niños y, ya le dijeron, eso no era celestialmente correcto en tan excelso tribunal. Y se recurrió finalmente a Sócrates, famoso por su honestidad en la aplicación de la ley, aún cuando le perjudicara a él gravemente. 
Pero el Dios omnisapiente que estaba al tanto de la vida y andanzas del sabio griego, por un despiste celestial y disculpable, no contaba con que el filósofo heleno era más partidario de preguntar hasta la extenuación que de dictar sentencias. Y es así que, después de muchos años, el Juicio Final sigue inacabado, pues el bueno de Sócrates, fiel al método mayéutico, sigue aún lanzando preguntas al primero de los aspirantes al cielo que le correspondió, esperando que él mismo se juzgue y sentencie. Genio y figura hasta después de la sepultura.
Por lo que se sabe, Dios omnipresente ha parado el reloj del paraíso y asiste divertido al diálogo. Así que, ya saben los pecadores que esto leen, el Juicio Final va para largo, estén tranquilos, pero tengan preparadas respuestas por si les toca enfrentarse al juez ateniense.
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