Era la tercera vez que el cartero hacía lo mismo y pensó que debía encontrar una solución. No sabía quién era Juana Alaña, el nombre que figuraba siempre en la dirección de aquel sobre que equivocadamente introducían en su buzón. Y cuantas veces lo devolvía por el conducto oficial, otras tantas le llegaba de nuevo a ella.
Después de algunas pesquisas entre el vecindario consiguió que un jubilado le contara que ése era el nombre de una arrendataria que vivió en esa dirección unos 20 años ha y que falleció tras una larga enfermedad. Y con esta información se sintió libre ya de obligaciones. Un alivio.
Pero volvió a recoger la carta de nuevo en su buzón. La depositó en la mesa de la cocina, la examinó a la luz de la lámpara y sintió un irresistible ataque de curiosidad. La abrió.
Aquel podría ser John McCocking, pensó. Y miró en el reverso del retrato. De manera borrosa aún se leía una proposición de casamiento muy directa: Juana, when will you marry me? John. De verdad debía apreciar mucho a Juana Alaña, pensó. Pero volvió a recoger la carta de nuevo en su buzón. La depositó en la mesa de la cocina, la examinó a la luz de la lámpara y sintió un irresistible ataque de curiosidad. La abrió.
Sra. Juana Alaña:
Represento a Mr. John McCocking, recientemente fallecido en Saint Patrick Hospital of California. Me dirijo a usted para hacerle saber que en el testamento figura un mandato de compensar con 1 millón de dólares a usted, Juana Alaña, que le acogió generosamente en la dirección que figura en este sobre en el año 1968, cuando recorrió Europa como hippy. Y como albacea de Mr. McCocking quisiera cumplir su mandato sin trámites engorrosos ni supervisión fiscal, por lo que le agradecería que a vuelta de correo me indicara una dirección segura a la que enviar el dinero camuflado en un paquete de correos ordinario. Como único aval de que usted es la persona indicada le pedimos que envíe alguna foto de Mr. McCocking que, sin duda usted guardará. Él siempre la recuerda como una fotógrafa apasionada.
Atentamente
Mr. Lewis McLaughing
La leyó atentamente dos veces, incluso tres, deteniéndose en especial en el aval. Se levantó pausadamente, fue hacia la entrada y abrió un artístico armarito donde guardaba llaves. En la portezuela, tras un cristal protector, había una foto que siempre le había intrigado. La extrajo con cuidado y la observó. Efectivamente era un un hombre joven, con vestimenta hippy, que posaba con una mochila al hombro. No hubo dilemas. Envió la foto al sitio indicado y al cabo de un tiempo recibió un paquete con la cantidad prometida en billetes usados y con numeración no consecutiva. Por si acaso, señaló astutamente la dirección de la Cruz Roja local y estuvo muy atenta a los envíos postales durante un mes. Ella trabajaba como voluntaria en la administración y aquel mes se mostró muy activa y enfervorizada con su filantrópico trabajo.
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