23 abr 2014

Amor al arte

El cantante de jazz exprime su garganta en gorgeos increíbles que hacen entornar los ojos a los oyentes para multiplicar las sensaciones placenteras en los oídos. A más de un espectador se le escapan lágrimas emotivas. Al bajista, que mantiene el ritmo con sones rotundos en la clave de sol, se le escapan miradas de odio al solista, porque lleva dos semanas sin jornal. En venganza adelanta el compás en cada cambio de línea en el pentagrama para que reconozca su descontento. Al finalizar, una lluvia de aplausos premia a todos que no paran de agradecer con venias su condescendencia. En el camerino, sin embargo, el reproche se transforma en trifulca que acaba con el solista afónico y con dos cuerdas del instrumento rotas que, naturalmente, deberán ser sustituidas con el pecunio del músico. El bajista llega a su casa cariacontecido y con serias dudas sobre la estrategia reivindicativa elegida.
-¿Un artista no vive siempre en el filo de lo posible? -le pregunta una voz interior que siempre le acompaña en las noches tristes. No se sabe si la misma voz interior o el sentido de la realidad le contesta que, efectivamente, solo el placer por el placer sirve para compensar el hambre.
Y aquella noche duerme apretándose el estómago y pensando en los acordes que acompañarán a su canción preferida, ésa que interpreta con los ojos cerrados y rotundos movimientos sensuales.
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