Brígido nació analfabeto y murió sin saber descifrar siquiera un renglón de cualquier manoseado periódico de la taberna de Asclepíades, tabernero en Macondo desde que echó, allá por principios del siglo XX, los dientes de leche. Aguantó con parsimonia monacal el mote de "letroso" y las chanzas de sus vecinos por su incapacidad con las letras. Pero jamás se dejó seducir por abandonar el mundo de los analfabetos, pues nunca pretendió descodificar dos garabatos en un papel, ni sintió necesidad de hacerlo.
Sin embargo, tras su muerte misteriosa se desató el asombro de toda la comarca de Macondo. La obligada autopsia, ordenada por el ordinario del lugar, dejó patente tres evidencias incontestables: Primero, había muerto de un empacho o mala digestión de una sopa de letras que le preparó su anciana madre, doña Resurrección Adrede. Segundo, las letras de pasta italiana de fabricación local, permanecían intactas en su estómago, libres del implacable ataque de los jugos gástricos. Y tercero y último, las letras fueron extraídas de su estómago formando una cadena perfectamente ordenada en la que se leía de manera poco dudosa:
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento,
el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota
en que su padre lo llevó a conocer el hielo...
El asombro del personal fue extraordinario. El obispo aseguró que de ser otra la frase, por ejemplo citas bíblicas, Brígido estaría cercano a la santidad; el maestro, don Ulpiano, se sintió humillado por la displicencia con la que Brígido se había relacionado con él y el brillante y culto final dado a su existencia; el alcalde, más pragmático, juraba que aquel remate sobrenatural dado a la vida por Brígido, bien podía convertirse en reclamo científico y turístico para relanzar a Macondo en el mundo entero.
La madre, doña Resurrección Adrede era de otra opinión: Su patente ceguera le había hecho confundir alguno de los condimentos de la sopa homicida, pero proclamaba a los cuatro vientos que era por una intervención divina que su hijo muriera citando mismamente el primer versículo del Génesis, primer libro del Pentateuco, el que da inicio a las Sagradas Escrituras que son fundamento de la vida de las buenas gentes que en el mundo habitan.
La madre, doña Resurrección Adrede era de otra opinión: Su patente ceguera le había hecho confundir alguno de los condimentos de la sopa homicida, pero proclamaba a los cuatro vientos que era por una intervención divina que su hijo muriera citando mismamente el primer versículo del Génesis, primer libro del Pentateuco, el que da inicio a las Sagradas Escrituras que son fundamento de la vida de las buenas gentes que en el mundo habitan.
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