-Adenocarcinoma rectal -le dijo mirándole fijamente a los ojos y guardando un silencio no muy tranquilizador. El paciente le sacó del apuro dando muestras de serenidad.
-Agradezco su sinceridad, don Ciriaco, estas cosas hay que afrontarlas con entereza.
-Es lo que toca -le consoló el galeno-. A cuidarse.
Ya en la calle, el abuelo Simón fue directo a la taberna que frecuentaban sus amigos y pidió una cerveza de litro, de doble malta, que es la que bebe en las grandes ocasiones.
-A mí no me engañan -explicó sin mover un músculo de la cara-. Me toca morir siguiendo el protocolo de todos los viejos.
Sus desconcertados amigos le miraban y escuchaban atónitos.
-¡Larga vida para el abuelo Simón! -exclamó levantando la jarra espumosa.
Todos levantaron lo que tenían a mano, unos el periódico, otros el bastón, alguno la ficha de dominó y los más atrevidos un vaso con bebida. La última frase ya fue definitiva para desarmar a la tropa.
-Esto de morirse es pura rutina de la humanidad.
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