Salió el sol al cuarto día y una vecina compasiva se atrevió a acercarse a la casa, consiguió entrar y alcanzó a encontrar a la anciana agonizante y hambrienta, caída en el suelo con la cadera rota y un manojo de pinzas de colgar la ropa en la mano.
Al día siguiente falleció. La tremenda soledad que le acompañó en los últimos años de su vida la mató.
La comunidad que la acogía, alentada por los medios de comunicación, describieron al detalle el drama de doña Romualda y lloraron durante unos días con lágrimas de cocodrilo, lamentándose de la desatención que sufría la gente de la tercera edad. Seguramente escribían la crónica de una soledad anunciada para las generaciones que iban por detrás. O que vamos detrás. Perro mundo.
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