28 feb 2014

Sin embargo llovía

Llovió incesantemente durante toda la noche y aún en los dos días siguientes. La gente soportaba con estoicismo aquel castigo de cielo y mal que bien conseguía cumplir con sus obligaciones diarias. Pero aquel escenario tuvo un toque deshumanizador que todos vieron y procuraron ignorar: La ropa tendida de doña Romualda, una anciana de edad avanzada, permaneció en el colgador de su ventana. Así tres días de lluvia pertinaz sin que nadie mostrara un arranque piadoso por tratar de desentrañar lo evidente.
Salió el sol al cuarto día y una vecina compasiva se atrevió a acercarse a la casa, consiguió entrar y alcanzó a encontrar a la anciana agonizante y hambrienta, caída en el suelo con la cadera rota y un manojo de pinzas de colgar la ropa en la mano.
Al día siguiente falleció. La tremenda soledad que le acompañó en los últimos años de su vida la mató.
La comunidad que la acogía, alentada por los medios de comunicación, describieron al detalle el drama de doña Romualda y lloraron durante unos días con lágrimas de cocodrilo, lamentándose de la desatención que sufría la gente de la tercera edad. Seguramente escribían la crónica de una soledad anunciada para las generaciones que iban por detrás. O que vamos detrás. Perro mundo.

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