-Mira hija, que nos han
puesto un ascensor nuevo que se para cada dos por tres.
-Estarán estabilizando el
mecanismo, pienso yo.
-Lo que sea. A mí me da
miedo entrar y no lo uso por si me quedo dentro.
-Pero te sacan en seguida,
mujer, que para eso tienes un timbre.
-¡Uy! Yo ya no estoy para
dar saltos.
-Para mí que lo han
comprado en los chinos.
-Anda, no seas pesimista
-Ni tú tan inocente.
Llegados a este punto de la
conversación el narrador no puede menos que girar la cabeza para
conocer a las dos protagonistas de diálogo tan surrealista. Y su
sorpresa es grande. La que parecía mayor y con dificultades de
movilidad, la pesimista digamos, era una mujer efectivamente madura
pero de aspecto joven y decidido, de las que no se arredran en
cualquier situación. La optimista y de pensamientos positivos era
joven y de claros rasgos orientales, probablemente china.
Ni que decir tiene que al
narrador de esta historia se le colapsa la mente y que dedica un
tiempo a tratar de encajar el diálogo anterior en el nuevo contexto
que se abre. Con astucia se dedica a escrutar a las damas y, al poco,
descubre que la mujer, digamos, pusilánime es ciega, lo cual explica
sus temores, y que su acompañante, la mujer de pensamiento positivo,
es efectivamente china y, oh sorpresa, hija de la primera.
-Vamos mamá, que hemos
llegado a la parada.
Desde luego, el observador
advierte que eliminando prejuicios logrará entender mejor este
mundo.
_____ o _____
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