No tuvo más remedio que humillarse, que pedir e implorar ayuda, primero a su madre, después al resto de la familia. Más tarde sobrevivió gracias a un amigo que transformó interesadamente en amante circunstancial. Cada vez más a menudo, y con tremenda humillación, acudía a instituciones de beneficiencia, al banco de alimentos... Por más que se preguntaba el porqué de su situación, más silencios encontraba por respuesta. Y la desesperación crecía, a duras penas contenida por un rescoldo de fe que aún anidaba en su alma confusa.Un día decidió dar el paso definitivo. Preparó todo meticulosamente, escribió una carta espléndida descargando de culpa y responsabilidad a sus seres queridos, dejó líneas cargadas de amargura y se despidió con una frase que resumía su sincero deseo: gracias por vuestra ayuda, me voy a buscar la paz, rezad por mí.
Aquella misma tarde ingresó como novicia en el convento de clausura de las Hermanas Clarisas de Paradas de la Breva. Le prometieron que en un año la harían fija.
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