Mientras tanto, la madre descansaba tranquila, sabiendo que sus tres hijas estaban a salvo de cualquier perdición mundana y el padre, que había tenido la feliz idea de dejar a las tres durante la semana en el apartamento de verano como premio a su buen comportamiento y a su creciente madurez, seguía patrullando la ciudad en el coche de la unidad antidrogas de la policía. Los vecinos nunca dijeron nada. Y todos vivieron felices.
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