18 sept 2013

Hombres

El buen hombre llevaba años en la orden de los Agustinos Recoletos, dedicado a servir a Dios, siendo un ejemplo de amor y servicio para cuantos se le acercaban. Su fe era profunda, su dedicación plena y su oración continua. Pero un día, para sorpresa de los demás frailes, dijo que abandonaba la orden, que sentía una imperiosa llamada interior que le pedía ingresar en la Orden del Císter, que sólo quería dedicarse a la contemplación y a orar por la salvación del mundo. Con harta pena le despidieron los demás frailes deseándole lo mejor. 
Pasó el tiempo y los antiguos compañeros quisieron hacerle una visita de cortesía al nuevo monje. Acudieron al monasterio cisterciense donde moraba su ex y, ante la inevitable pregunta de cómo iba su nueva vida, el piadoso monje no habló de él, ni de su relación con Dios, ni de la paz espiritual que respiraba. Fue más lacónico y pedreste de lo que esperaban:
-Hombres dejé y hombres encontré.
Amén.
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