25 ago 2013

El político de turno

El político de turno sacó pecho cuando la atleta local volvió con una medalla lograda en las últimas Olimpiadas y discurseó empalagosamente sobre los méritos de sus paisana y la grandeza del paisanaje. Dijeron las encuestas que aquella semana había subido 7'9 puntos en estimación de voto. Apenas pasado un trimestre salió a la luz pública que la atleta laureada jugaba con ventaja, pues se inyectaba EPO a través de un sofisticado tinglado que un afamado médico controlaba. Fue desposeída rápidamente de la medalla olímpica y olvidada por casi todos.
El político de turno tuvo tiempo de hacerse unas tomas junto al periodista que había destapado el caso y predicar a los cuatro vientos que la verdad debe brillar primero en la casa propia y que los tramposos todos recibirán su castigo. Dijeron las encuestas que ésta vez había mejorado 3'7 puntos en intención de voto.
Al tiempo encausaron al periodista denunciador por encubrimiento de un poderoso narcotraficante convicto y confeso y al político de turno le faltó tiempo para sacar pecho junto a un juez estrella y sumar nuevas fotos en su curriculum y otros 4'7 puntos en los ranking de popularidad.
Pasado un tiempo el juez brillante fue apartado del cargo por una instrucción confusa de un caso de prevaricación que incomodaba al partido en el poder y el político de turno alardeó por tierra, mar y aire de ser látigo de corruptos, perseguidor de prevaricadores y defensor de los más sagrados principios de la convivencia democrática. Ganó de paso unos sabrosos 4'2 puntos en la intención de voto.
Al poco, el político de ascenso fulgurante, con un mejora de intención de voto de 22 puntos y 5 décimas, que tanto había bramado contra el juego sucio, se dejó llevar de la ambición sin límites y cayó en desgracia dentro de su propio partido. Bastó presentar una relación manuscrita de sobresueldos de los últimos militantes sacrificados por el partido e incluirle a él como uno más, para que se iniciara un linchamiento en el que se emplearon con similar saña a la utilizada por el político caído. El proceso de autodefensa torpe que inició fue suficiente para que quedara apartado de la vida pública para siempre.
Pero no acabó ahí su desgracia, puesto que la instrucción implacable de un juez independiente hizo que sus huesos fueran a parar la cárcel, donde encontró todos los despojos humanos que él había ido dejando por el camino. 
Y una tarde se lo encontraron los funcionarios en el patio con los ojos fuera de sus cuencas.
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