Y así fue como en dos días se preparó precipitadamente la ceremonia y se reunió a regañadientes a la parentela que no se atrevía a contrariar a la novia, la niña de la casa, ya se ha dicho, para todos los presentes.
El inesperado desvanecimiento del novio facilitó las cosas, pues fue evacuado a un hospital con la sola ayuda de la novia, librándose ambos de relacionarse con los invitados. Estos dieron buena cuenta de las viandas en ausencia de los dos contrayentes y acabaron cantando canciones locales al ritmo que les permitía la abundante ingesta de líquidos variopintos. El afectado se recuperó sin problemas a los pocos días y la pareja se alejó del lugar con ganas de olvidar lo ocurrido y disfrutar de la vida, algo en lo que ambos estaban muy de acuerdo.
Y pasó el tiempo, no lo suficiente como para que se diluyeran los rencores y se normalizara la relación familiar.
Sin embargo, todo sufrió un giro inesperado cuando en los noticiarios de las televisiones de todo el mundo apareció un golfista campeón que había logrado un triunfo que agrandaba más aún su leyenda de imbatible. Los allegados y demás parentela de la niña de la casa inmediatamente reconocieron al hombre que se desvaneció en mitad del convite de la boda. Y los prejuicios contra el hombre desconocido comenzaron a cambiar lenta e inexorablemente.
El otro, que por cierto no se ha dicho que, entre otras cosas, era negro, alto, guapo, atlético, inteligente, celíaco, simpático y culto, comenzó a agrandar su figura y, en pocas palabras, empezó a tener nombre. Ellos, por el contrario, se sintieron cada vez más pequeños, como si no tuvieran una cara respetable o un nombre decente con el que ser reconocidos por la gente.
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