14 ago 2013

Cautivada

El compañero de piscina fue muy amable. Estuvimos 50 minutos en un ir y venir por la misma calle de nado continuo y él se esmeró en no molestar, atento en los cruces y cediendo el paso cuando correspondía a nuestra desigual velocidad. Durante este tiempo le vigilaba por el rabillo del ojo, con la discreción que da hacerlo bajo el agua con gafas acuáticas. Es un pasatiempo más en este deporte tan marcado por la rutina, la repetición mecánica de movimientos y la soledad, que se dice, del disciplinado corredor de fondo.
Es así cómo pude percatarme de que su rostro era rudo, pero no falto de atractivo, que su cabello era rubio y no encanecido, que andaba por los cuarenta años, que su cuerpo era musculoso, que... Durante un rato disfruté observando sus movimientos enérgicos y armoniosos.
A estas alturas yo me sentía cautivada por aquel hombre y empecé a construir su imagen a mi gusto. Me preguntaba si sería un ejecutivo, un técnico, si trabajaría por la zona, si... estaría "disponible", en pocas palabras. A la media hora me había convertido ya en una mujer muy interesada en él. Así que, aprovechando que en uno de los largos me venía pisando los talones, me paré en la pared y le cedí el paso, con una de mis mejores sonrisas. El me miró, asintió con la cabeza y soltó un "gracias" casi inaudible. Le seguí sin más por detrás, observando sus musculosos brazos agitándose riítmicamente en el agua, la toma de aire con un ligero movimiento lateral del cuello cada tres brazadas, el rebufo de espuma que surgía de sus poderosos pies en movimiento... No sé si a las demás mujeres les ocurren las cosas de este modo, pero desde luego a mí me pasa que de la manera más tonta me quedo platónica y perdidamente enamorada.
Llegó un momento en el que me sentí flotando más por mis elucubraciones que por mi técnica natatoria, abandonada a la agradable sensación de estar soñando con todas mis frustraciones en el nivel alfa de la felicidad. Y en ello estaba cuando sucedió aquello. Me acercaba al final de la calle y él estaba detenido en pie, esperándome. Ralenticé mis movimientos y me acerqué con los ojos bien abiertos observando su cuerpo sumergido, su bañador ceñido, sus evidentes méritos ocultos, sus glúteos firmes, su abdomen torneado y, para mi sorpresa, dos extrañas cicatrices a la altura del estómago que parecían réplicas simétricas de su ombligo. Confundida saqué la cabeza del agua y le miré con la cara más angelical de mi vida. Me devolvió la sonrisa y me indicó gentilmente con la mano que siguiera. Así lo hice, esmerándome al máximo en hacerlo con mi más cautivador estilo.
Ya metida en el siguiente largo me percaté de que algo extraño y no previsible se me estaba planteando. Y es que en su hombro desnudo había visto también otra inquietante cicatriz similar a las observadas. Me preguntaba qué origen tendrían. Y con estos pensamientos y cavilaciones se me empezó a enfríar mi talante enamoradizo. Aquel hombre encerraba un misterio que me daba un punto de desconfianza y temor. Deseché la idea de que fueran fruto de una posible operación quirúrgica, ya que las cicatrices de quirófano se disimulan de mejor manera, y me centré en más arriesgadas hipótesis. De repente sentí un incómodo desasosiego pensando que podrían ser balazos... Y una tremenda inquietud se apoderó de mi mente. Por la morfología, calibre y situación de los orificios, parecía claro que aquel hombre había pasado por el terrible trance de un tiroteo.
Sin mirar atrás me acerqué al final de mi calle y abandoné la piscina sin dirigirle una triste mirada de despedida. El enamoramiento se fue tan rápido como llegó. Porque no me gustan los personajes metidos en balaceras. Sin más.
Ya sé por experiencia que en todo episodio de este estilo, tras el momento puramente platónico se pasa a una segunda fase, la de confirmar las expectativas o rematar, en palabras de mi amiga Mari Pili. Además, como dice ella, a mí me cuesta mucho superar el principio de la gravedad sentimental. Me explico: es un principio matemático-psicológico por el que se mide hasta qué punto una puede quedar gravemente tocada en su estabilidad emocional. Os juro que es una ley muy interesante. Por eso me quedo tranquila. Os lo digo yo, Margarita Cienfuegos Extintos.
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