9 ago 2013

Arrepentido

El policía se acercó a la orilla y le asió por la mano, agarrando fuertemente su muñeca, como manda el Manual de Socorro a Suicidas que estudió en la Academia. Inmediatamente alargó la otra mano y enganchó con fuerza el cinturón. Así pudo colocarlo en tierra, en tendido supino, para poder oprimir el tórax y hacerle expulsar el agua que inundaba sus pulmones. La compulsiva tos que se oyó bajo la bóveda del puente, y que el eco amplificó con la magia de un parto esperado, fue la mejor noticia para el salvador.
-La vida es dura, lo sé por experiencia -le dijo para intentar tranquilizarlo.
Los ojos del suicida se posaron fríos en el rostro del policía y, esbozaron una disculpa. El mundo que aquella misma mañana le había parecido una morada incómoda ahora se le antojaba acogedor. Los treinta metros que hizo en picado hasta impactar en el agua le parecieron los más lúcidos de su vida y deseó salir de aquélla.
-¿Por qué te tiras del puente y luego sales nadando? -le preguntó el policía sorprendido por el desenlace.
-El agua estaba fría -respondió él. 
Entre ambos se cruzó una sonrisa plena de complicidad.
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